Al sur de París se encuentra TOULOUSE, a orillas del río Garona. En su conjunto tiene aspecto de un pueblo de edad media, pero por su estructura arquitectónica es una ciudad moderna.

En esta ciudad, la Madre Eduviges Portalet, enviada por el Instituto de María Inmaculada de Marsella, funda una escuela para niños ciegos en 1866. Tres años después ante la situación de aquellos niños privados de la luz natural y con ansias de conocer la luz de la fe, funda la Congregación de Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción, apoyada por la autoridad eclesiástica.

Las primeras hermanas fueron Eduviges Portalet y Francisca Lohier, acompañadas de otras jóvenes, quienes respondiendo a un llamado extraordinario del Señor, supieron actuar según las inspiraciones del Espíritu Santo siguiendo las directivas de la Iglesia.

El Señor de la Historia que siempre suscita para su Iglesia almas generosas, las llamó a mies y el tiempo y la respuesta de amor de ellas fueron haciendo madurar esta comunidad en la responsabilidad de sus tareas diarias, en la exquisita caridad de su apostolado inicial con los invidentes, en la contemplación y el estudio, en las celebración Eucarística centro y culmen de la vida cristiana y en un especial cariño a María Inmaculada, Madre de Dios.

En el Convento de Toulouse, el Padre Jacinto María Cormier, digno hijo y apóstol de la Orden de Predicadores, como buen Dominico, orientó, animó e intensificó la práctica de la virtud y de la caridad, teniendo como base el trato íntimo con el Señor y la contemplación de Dios, Suma, Eterna y total Verdad, para comunicar a los demás lo contemplado (CONTEMPLATA ALIIS TRADERE).

El 8 de Diciembre de 1884, la Congregación fue afiliada a la Orden de Predicadores, por un decreto especial dado en Roma por el Maestro de la Orden Fr. José María Larroca O.P., el Padre Jacinto decía a Madre Eduviges: «Arquímedes pedía un punto de apoyo para levantar el mundo y nadie se lo dio; allí lo tenéis vos, dijo, señalando a las religiosas, levantadlo a las alturas de la santidad y del saber con la palanca poderosa del Santísimo Rosario». Nuestro Padre Fundador Jacinto María escribió textualmente al Maestro de la Orden: «He fundado esta Congregación para que sea depositaria de la azucena virginal, que es sagrada herencia de nuestro Padre Santo Domingo. Quiero que hayan ángeles en la tierra como los hay en el cielo». Pedía a todos amabilidad para con todos, sin distinción de clases ni credos, convencido que la bondad es el aroma del corazón, de que así como la flor no niega a nadie su perfume, del mismo modo un alma religiosa a nadie niegue su bondad.

En breve tiempo la Madre Eduviges y sus hermanas encendidas por el espíritu dominicano y su celo por la salvación de las almas, pusieron sus ojos en América como el campo para seguir cultivando la viña del Señor. Las primeras dominicas de la Inmaculada Concepción llegaron a Ecuador, después de una larga travesía por mar. Del Puerto de Guayaquil viajaron hasta Cuenca para hacerse cargo del Leprocomio Mariano Estrella.

Posteriormente fueron solicitadas desde Trujillo llegando al Perú para evangelizar a través de la educación, desde allí se extendieron a partir de 1898. En este año se funda el Colegio Nacional Santa Rosa de Trujillo y posteriormente muchas otras obras dedicadas a la Educación de niños y jóvenes a lo largo y ancho de nuestro Perú.

En el frondoso árbol de la Orden Dominicana, nuestra Congregación ha extendido su tarea apostólica en Francia, España, Italia, Ecuador, Colombia, México, Estados Unidos, Argentina y Perú.

En 1998 la Congregación conmemoró su primer centenario de presencia apostólica en el Perú; bajo la atenta mirada de nuestro Padre Jacinto María Cormier que fue beatificado por el Papa Juan Pablo II en el año 1994 y del espíritu de nuestra fundadora Eduviges Portalet, la mujer fuerte del evangelio quien supo discernir en su tiempo el llamado especialísimo que Dios le hizo, para que siga animando a nuestra Familia Dominicana de la Inmaculada Concepción a vivir unánimes en el Señor, no teniendo más que un solo corazón y una sola alma en Dios.

Al amparo de María Inmaculada, la Congregación de Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción camina por los caminos del Señor, animada por las virtudes teologales «…procurando que cada una de las hermanas tienda a su propia santificación, siguiendo con más libertad a Cristo pobre, casto y obediente y trabajando para la edificación del edificio común que es la Congregación» (Constitución Fundamental).